Nadie es profeta

Sin profetas pero con amor Nadie es profeta, de Laidi Fernández de Juan, constituye una novela de separaciones, contrariedades y desencuentros pero, sobre todo, es una novela de amor. Personajes distinguidos y vulgares, extranjeros y cubanos, ateos y creyentes de ayer y de hoy recrean, a partir de sus conflictos y características específicas, parte de la fisonomía de la historia nacional, vista a través de la familia como eje ideotemático del texto. Escindida, temporalmente, en dos momentos (la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista y la actualidad) que el lector deberá ir reordenando a medida que avance en la lectura, la historia comprende varias generaciones marcadas en su origen por la fusión patronímica de una Sockler con un Pérez. La narración está signada, de principio a fin, por un humor (rasgo típico de la estética de la autora) que nace muchas veces de los sinsabores cotidianos. Desgarramientos, pérdidas, añoranzas, nostalgias y exclusiones no representan un freno para que los personajes, en especial Natacha y el Coronel que sobresalen por su bien lograda psicología, dejen de sonreír y de apostar por aquello en lo que realmente creen. El volumen alterna el narrador omnisciente con la estructura epistolar, y con un lenguaje sencillo, ajeno a forzadas altisonancias y grandilocuencias, consigue vislumbrar, con ojo crítico, distintas aristas de la sociedad cubana. El mar es, en este micromundo, un componente esencial: enlaza y disgrega, separa y comunica vidas, situaciones y pensamientos. A través de él los personajes logran enfrentar frustraciones, reconocer sentimientos, rescatar, a fuerza de memoria, el pasado y tender un puente de esperanzas al futuro. Calificada, por el crítico dramatúrgico Norge Espinosa, de "eficaz y precisa como un buen informe médico", esta novela viene a reconstruir, desde la subjetividad de la autora, instantes de la existencia del cubano de a pie: del que fuimos y del que somos. Aunque para Natacha la vida no sea más que una cadena de malos momentos donde sólo algunos eslabones se salpican de felicidad, ella y su infinita familia, de la cual ya somos parte, sabemos que en esta tierra podrá no haber profetas pero, para suerte de todos, abunda el amor. Anette Jiménez Marata